Sin deseo no hay creación y fueron las Brujas, las mujeres sabias enlazadas a la naturaleza, quienes cargaban en sus cuerpos el poder erótico de la Tierra. Eran el poder de la creación en materia.
Su boca era un reflejo de su pelvis abierta y enterrada en exquisita comunión con el Todo.
Esa magia desbordaba por sus poros. Ser Bruja implicaba lograr una elevada conciencia y pureza del corazón, ya que ella entendían el fuego que podía salir de sus labios.
El cuerpo del sonido, Ren, manifiesta la vida. Y junto al poder de Heka, uno podía crear o destruir.
La armonía pélvica está alineada con la armonía mandibular, la expresión, el estado del corazón y la profundidad de la conexión con la Tierra.
Todo es un gran nervio vago que nos recorre de punta a punta y más allá. Una corriente de deseo ecstático que hay que saber calibrar y vibrar para que las palabras se sientan dulce nectar en el aire, en tu piel y para la Tierra.
Somos creadores. Es nuestra naturaleza. No podemos evitar manifestar. Pero eso no quiere decir que lo hagamos de forma armoniosa.
Las Brujas rojas conocían los secretos de la unión con el poder natural. Y todo empieza en la Raíz, nuestra pelvis es quien nos da nuestro poder oral.
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